A simple vista, no pareciera la vida de nuestra santa, fuera demasiado llamativa. Ni con grandes episodios que pudieran distinguirla de otras muchas, aún en sus rasgos más propios.

Una mujer ciertamente valiosa, cuya breve vida, se gasta en la cotidiana fidelidad a lo pequeño, en lo poco estruendoso, en lo que pareciera, lucir poco, como son las cosas de todos los días.

Llamada desde niña a la oración, y con enorme sensibilidad para volverse en servicio a los más necesitados de su ayuda ofrecida.

Sin embargo, esos mismos rasgos, son los que caracterizarán su vida santa. Una vida de oración que la lleva a establecer una profunda y mística unidad con Dios, de mortificación y ascesis como ofrenda al Padre, y de entrega hasta gastarse en ayuda a los demás, en especial indígenas y negros, los pobres y los enfermos de su tiempo.

Seguramente los más abandonados de otras muchas manos.

Su profunda fidelidad, la hacen santa, a los ojos de su pueblo. El testimonio de una personita, que no necesita de explicaciones, sino de imitaciones.

Pensaba, al celebrarla, ¿qué nos enseña Rosa de Lima?, ¿qué nos propone su joven vida del 1600 a esta comunidad diocesana, pueblo de Dios del 2014?. ¿Qué tiene para decirnos 4 siglos después, que no haya pasado de moda, y siga siendo un valor para nosotros, sin olor a naftalina?. ¿Qué tiene Dios para decirnos de la mano de esta primera santa americana, que en su providencia hizo patrona de nuestra tierra?.

Lo primero que pienso, es que toda vida vale, …, y vale mucho a los ojos de Dios y también a los nuestros. Y Rosa lo sabe y lo vive así. Y así la cuida en cada uno de los olvidados y despreciados.

Enseña que no se necesitan muchos años para ser buenos. En sus breves 31, se gastó toda, por este tesoro, Jesús, que llevaba en el corazón, y descubría como su Absoluto.

Rosa de Lima, nos enseña a descubrir el Reino de los Cielos, como el tesoro escondido o la perla preciosa del Evangelio. Es su Señor, y no hay otro semejante. Por este Tesoro, vale la pena venderlo todo con alegría. Como anticipando lo que dirá Aparecida y tantos santos gritaron: “encontrarnos con Jesús, es lo mejor que nos pasó en la vida”. Vale la pena venderlo todo, para quedarnos, con El Mejor. Sería bueno hoy, preguntarnos, ¿qué cosas, serán “ese todo”, que tendría que dejar para quedarme con Dios?.

Rosa de Lima, nos enseña a rezar, a acercar nuestro corazón al corazón de Dios, a escuchar sus latidos, a guardar como María su Palabra, a saber descubrir sus sueños sobre nosotros. Y así, nos muestra la oración como el camino. ¡Y a veces, nos cuesta tanto rezar!. Claro está, no todos tenemos esa vocación o carisma como la santa, y a veces,…, ni tiempo tenemos. Juan Pablo II, solía decir, que el que dice que no tiene tiempo para rezar, en realidad no es el tiempo lo que le falta. Lo que le falta es amor. Duro el Papa Santo. Sabio, el Papa Santo.

Nos enseña también Rosa, a acercarnos a la misericordia de Dios y a hacerla nuestra. Mendigarla también para nosotros, para acercarla desde nuestro corazón a los hermanos.

Rosa, nos enseña a andar juntos. Un andar que se hace mirando a nuestro lado, sin acostumbrarnos a los que quedan en el camino. Especialmente a los pequeños y frágiles, para con ellos y desde ellos alcanzar el cielo.

Nos enseña también a descubrir la Eucaristía, como este Pan para el camino. Allí tiene su Tesoro. Es el Señor para ser adorado, como la amada que descubre en los ojos del Amado lo más buscado, lo más querido.

Al reunirnos esta tarde como pueblo, no lo hacemos como lo hace el mundo, movidos por otros intereses, sino lo hacemos reconociéndonos familia, en esta riquísima y ardua relación de fraternidad, donde nadie me puede resultar indiferente. Hoy celebramos que Santa Rosa, se pone a nuestro lado como patrona, protectora y hermana nuestra, para llevarnos a Dios.

Esta realidad de la familia, recibida como don y luchada como tarea, quiere responder al deseo y esperanza de una Iglesia más acogedora, más misericordiosa, más cercana, abierta a todos, que sale al encuentro. Una Iglesia que viva la alegría de transmitir el Evangelio, que dé testimonio que entusiasme a seguir a Jesús haciéndose servidora de su pueblo.

Hoy necesitamos de una Iglesia sencilla y cercana, que ame profundamente a Dios, y que enseñe a amar profundamente a Dios.

Me parecía que Rosa de Lima, expresa mucho este rostro de Iglesia que buscamos. Mujer hecha silencio, para hablar con Dios y de Dios, su Padre y su amigo.

Hecha madre, para cuidar de todos con entrega alegre, cercana y responsable. Rosa, que podía apartarse a la soledad para encontrar al que es TODO, es la misma que podía dejarlo todo, para ganar a los hombres para Dios.

Hecha discípula del Señor, misionera de la Buena Noticia del Reino.

A esta mujer santa, le pedimos acompañe nuestro caminar peregrino y misionero, enseñándonos a encontrarnos profundamente con el Dios de la Vida, haciéndonos cargo de los hombres, que el Señor, nos regala por hermanos.

Que en el silencio de la oración, nos alcance del Señor un corazón atento y sabio, que sepa escuchar, compadecerse y comprometerse en nuestra historia, historia de nuestro pueblo pampeano, sabiendo, como ella sabe, que la vida, sólo vale si se entrega, y que el valor de la entrega, puede ser sólo el Amor.