Una vez más, el Señor, "que es mi Señor", vuelve a llamarme.

Como lo hizo con aquellos primeros discípulos, Pedro, Santiago, Juan, y este Andrés, cuya fiesta celebramos,..., vuelve a invitarme.

Con el eco también de aquel llamado a Abraham, nuestro padre en la fe, "salí de tu tierra y vení a la tierra que yo te mostraré". Y así el Señor vuelve a hacerse realidad y promesa.

Realidad de ese amor que quiere seguir contando conmigo, en el servicio de este Pueblo, que me confía como padre.

Promesa, siempre renovada y fortalecida, de que Él, siempre está como Buen Pastor a nuestro lado, y que nunca nos abandona. Promesa que en ellos, sus discípulos, nos hace "pescadores de hombres".

Es Él, el que llama, es Él, el que envía. Y en esta fe,..., le respondí.

Vengo a sumarme en este camino pampeano. Camino diocesano de Santa Rosa.

Camino acompañado ya por mis hermanos mayores, Jorge Mayer, Adolfo Arana, Atilano Vidal, Rinaldo Bredice y Mario Poli.

Camino de esta joven Iglesia que quiere seguir con fidelidad el Evangelio de Jesús.

Camino de esta Iglesia, a quien, desde el primer momento, comencé a amar como a mi esposa y a rezar con ella.

Quiero recordar hoy las palabras del Papa Francisco en vísperas del inicio de su ministerio Petrino, dirigidas a los jóvenes reunidos en Plaza de Mayo, en marzo pasado, pero que tanto bien nos hacen a todos, y hacerlas mías,..., "para nosotros".

"Quiero pedirles un favor. Caminemos todos juntos. Cuidémonos los unos a los otros, cuídense entre ustedes, no se hagan daño, cuiden la vida, cuiden la familia, cuiden la naturaleza, cuiden los niños, cuiden a los viejos. Que no haya odio, que no haya peleas. Dejen de lado la envidia y no le saquen el cuero a nadie. Dialoguen, vayan creciendo en el corazón y acérquense a Dios. Dios es bueno, Dios siempre perdona, Dios es Padre,..., acérquense siempre a Él."

Me gustaba pensar al escucharlo, qué sabio era su mensaje para animarnos a vivir la fe con sencillez, y fortalecer nuestra misión, construyendo la comunión, haciéndonos cargo de todos los hermanos.

Cuidar y dejar que nos cuiden.

La fecundidad de nuestra misión, depende de la unidad.

Ya nos lo recordaba Pablo VI en Evangelii Nuntiandi, y así lo repitió de mil maneras la Iglesia a lo largo de tantos años, realizando la voluntad de Jesús, que se hacía oración al Padre antes del Calvario: "Padre, te pido por estos mis discípulos. Que sean uno como nosotros somos uno, para que el mundo crea que Tú me enviaste".

Así, aceptando como don, la diversidad de cada uno de nosotros,..., se enriquece y construye la unidad. Esta unidad, que es signo, de que algo es de Dios, cuando es de todos.

El ser testigos de este regalo del amor del Padre, que une y reúne, será el mejor mensaje que atraiga a los hombres, descubriendo en la Iglesia una familia.

Familia, con todas las riquezas y pobrezas de la familia humana, siempre necesitada de conversión, pero con la certeza de la ayuda de la gracia de este Dios, que en la cruz nos hizo hermanos, y manifiesta su poder en la misericordia y el perdón.

Aparecida nos dice, que la máxima realización de la existencia cristiana, como un vivir Trinitario de "hijos en el Hijo", nos es dado en María, quien por su fe y obediencia a la voluntad de Dios, así como su constante meditación de la Palabra y las acciones de Jesús, es la discípula más perfecta del Señor.

Del Evangelio, emerge su figura de mujer libre y fuerte, conscientemente orientada al seguimiento de Cristo. Ella ha vivido por entero la peregrinación de la fe como madre de Cristo y luego de sus discípulos, sin que le fuera ahorrada la incomprensión y la búsqueda constante del proyecto del Padre.

Así, como madre de tantos, fortalece los vínculos fraternos entre todos, alienta a la reconciliación y al perdón, y ayuda a los discípulos de Jesucristo a que se experimenten como familia de Dios.

Como la familia humana, la Iglesia - familia, se genera en torno a una madre, quien confiere "alma" y ternura a la convivencia familiar. María, Madre de la Iglesia, es artífice de comunión. En Ella, nos encontramos con Cristo, con el Padre y el Espíritu Santo, y también con los hermanos.

“María, Señora de la Esperanza, Señora de La Pampa, te consagro mi ministerio y te encomiendo a mi Pueblo”.

Y antes de entrar en el Adviento, apenas finalizado el Año de la fe, la Iglesia nos propone la celebración de la vida de un mártir, Andrés, un apóstol.

Aquel que dio la vida por creer en Jesús, hijo de Dios, el Señor.

Andrés, que habiendo conocido a Jesús, ya no podría dejar de anunciarlo. Que fue corriendo hasta su hermano Pedro para decirle: "hemos encontrado al Mesías". “Se dejó luego encontrar y llamar por Jesús”, y lo anunció hasta su propia cruz.


Y esta Santa Rosa, que se dio cuenta, que la vida sólo vale si se entrega.

Su mirada fue sobre todos, especialmente los más necesitados de su cercanía y su oración, y se gastó en la entrega a los más pobres, en los que reconocía el rostro de Jesús y al mismo Dios. ¡Cuánto podemos y debemos aprender de ella!

"Enséñanos Santa Rosa a hacernos cargo de todos y cada uno. Que nunca nos seamos indiferentes.

Que nunca nos guardemos el mayor de los Tesoros, que es Cristo Jesús. Que tengamos el coraje de llevarlo y anunciarlo a todos. Que nos entusiasmemos Señor, en esta tarea, unidos a toda la Iglesia, para que la alegría del Evangelio llene el corazón y la vida de los que se encuentran con Jesús”.


Quiero poner en la patena de esta Eucaristía, mi acción de gracias a Dios, por el don de la vida y el ministerio al que me invita, en rostros concretos.

Agradeciendo al P. Gerardo, que se hizo cargo de la diócesis en este tiempo desde la partida de Mons. Mario, junto con los laicos y sacerdotes que colaboraron con él.

Agradecerles a todos ustedes que me acompañan hoy, de Santa Rosa y comunidades de La Pampa toda.

Al señor gobernador e intendente, y otras autoridades civiles.

Al Señor Director de Culto Católico.

Al Señor Nuncio, cuya persona hace presente a nuestro Papa, a quien agradezco su confianza y cercanía.

A mis hermanos Obispos venidos de distintos pueblos de nuestra tierra, especialmente a Mons. Guillermo Garlatti, nuestro metropolitano, a quien hoy le hacemos celebrar su aniversario episcopal entre nosotros.

Gracias a los sacerdotes, a las religiosas y religiosos, a los seminaristas.

Gracias a mis familiares y amigos todos, especialmente gracias a Dios en este día por mis raíces, mis padres y hermanos.

Y también un gracias grande a Dios por mis raíces eclesiales, en la arquidiócesis de Buenos Aires donde nací, me formé y en la que me desempeñé como sacerdote y obispo.

Quiero agradecer a todos los que, desde su oración hoy me acompañan, a la distancia, pero en la fecunda calidez del corazón.

Ruego por todos, doy gracias a todos, y pido para ustedes la bendición de Dios que busca para nosotros la plenitud de la vida.

De la mano de Santa Rosa, de San Andrés y del Beato Cura Brochero, les pido que recen también por mí, para que sea un fiel servidor de Su Pueblo.