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Viernes, 11 de Abril del 2025

Homilía Misa Crismal 2025. “Él, nos envía en su nombre”

En esta tarde, cercana ya la Semana Santa, nos reunimos como Pueblo de Dios y servidores de este Pueblo, renovando nuestra fidelidad a Dios, en esta Iglesia particular de Santa Rosa.

Las palabras del profeta, nos animan y recuerdan la misión confiada.

El Espíritu del Señor, está sobre mi. Me ha ungido. Me ha enviado a sanar, a consolar, a liberar, a ungir también.

El grito de Isaías, se hace eco y realidad en los oídos y el corazón de Jesús frente a su Pueblo. Allí en la sinagoga, en su casa, en la tierra de su familia.

Y todos,…, fijan sus ojos en Él, para escuchar que “esto, hoy se ha cumplido”.

Cuando a veces pareciera que el mundo, y nuestro pedacito de mundo no va a cambiar, necesitamos recordar que no está la fuerza en nosotros, sino en Él que nos envía en su nombre y con su gracia, acrecentando en nosotros esta esperanza de hombres débiles y tan necesitados.

Necesitamos hacer silencio para escuchar que es el Señor quien nos llama. Que nos anima a ir por más, porque Él, se hizo promesa.

Y promesa que no defrauda.

Vuelve fácilmente al corazón, aquel evangelio de la higuera que no da fruto, para pedirle, “déjame que vuelva a ocuparme de ella una vez más, a ver si da fruto”. Paciencia de Dios. Misterio del hombre.

Señor, somos tan poco para tanto, e insistís en contar con nosotros. ¡Y todo nos queda grande! Y te seguimos, desde nuestra pobreza y con tu gracia.

Confiamos en que no hay nada imposible para vos, sabiendo de nuestra pequeñez, conociendo nuestro orgullo, rebeldías, autosuficiencia, ansiedad de poder. Y de mucho más. Y reconocemos tu mirada de Buen Pastor, que se acerca, no para juzgarnos, sino para amarnos.

Todas las miradas, se posan en Jesús, dice el texto proclamado. Como muchas veces también sobre nosotros, sus amigos, laicos y curas, que debiéramos mostrar mejor y más su rostro.

En un mundo que pareciera apartar a Dios de su horizonte. Un mundo, que como en el camino del desierto, fabrica tantos becerros de oro para adorar. Un mundo que se contenta a veces con palabras bonitas o lemas, tentaciones, que encierran tantos errores para el hombre, ofreciendo felicidad de manera barata. Caminos que aparecen con frecuencia llevando a la confrontación, a la división, más que al encuentro. Realidades que lejos de acrecentar la fraternidad, nos conducen a la enemistad y a la grieta.                                                                                                                                                                                                                                                                 

Cuando Jesús se levanta en la sinagoga, seguramente también puede imaginar un poco de este nuestro tiempo que es también el suyo., tan necesitado de un año del Señor, necesitado de liberaciones de mezquindades

indiferencias y cegueras, intolerancias y violencias, mentiras y corrupción.

A pesar de todo, Dios no abandona. No nos deja solos.

 

En este año jubilar, las palabras de aquella sinagoga, suenan de un modo especial y nos hacen parte, nos ubican en la escena y en nuestra tierra pampeana como peregrinos de esperanza.

Nos cuesta todavía ser como niños o reconocerte en el pobre. Se nos hace difícil vivir incomodados para seguirte. Todavía hacemos y regamos nuestra quintita, de la que estamos orgullosos porque nosotros la hicimos. Pero,…, si el Señor no da el crecimiento? …, y si el Señor no construye la casa?,…, en vano se cansan los albañiles.

¡Cuánto nos falta aprender!. Aprender en la oración, de la mirada y escucha del mundo, de los dolores de tu Pueblo que hacemos nuestro. Aprender en el rostro de los pequeños y más necesitados de los hermanos. Aprender a ser más servidores que servidos. Ser más testigos que maestros.

“No tengan miedo, no se inquieten”. “Crean en Dios, y crean también en mi, en la casa de mi Padre, hay muchas habitaciones”. Así, iniciábamos en Diciembre este año de gracia. Siempre una esperanza que no defrauda porque es el mismo Cristo esta esperanza.

Siempre una nueva oportunidad. Jesús siempre vuelve a confiar y quiere contar con nosotros, pastores en su nombre, pastores dispensadores de su gracia.

En el corazón de Dios hay lugar para todos. Para nosotros también. Allí, están los presos, los cautivos, los pobres, los migrantes, todos y cada doliente, razón de su entrega.

La gracia de Dios que es quien llama, y su Pueblo, van forjando en la vida entregada de cada día, nuestro corazón de pastores a la manera de Jesús.

Liberar. Ungir. Servir. Curar. Sostener y cuidar. Y más. Palabras del Evangelio, hechas Buena Nuevas para todos, para que nadie quede afuera. Para que nadie se pierda. Todos,…, también nosotros. Palabras que nos hacen reconocer el rostro de Jesús. Palabras que muestran el corazón de Dios, El Salvador que se hace cargo, y a quien tenemos que imitar y no sólo desde la palabra, sino como expresión de plenitud de nuestra vida. Conformar el corazón a su corazón que es misericordia. Necesitamos mendigar esa gracia, una y mil veces. Siempre.

Un corazón como el de Jesús, donde haya lugar para todos.

Pensaba en aquel rostro del buen ladrón, como conocemos a Dimas, que bien pudiera ser el nuestro. Aquel a quien el Señor cargaría en la misma cruz y le ganara o le robara el cielo, y que antes ya lo había cargado en su corazón de Pastor Bueno.

La misericordia del Señor, se desgranaba hasta el último momento. En el corazón de Jesús, siempre hay una nueva oportunidad para todos nosotros. Pecadores no corruptos. Pecadores salvados, mirados, elegidos. Todos misericordiados.

Hasta el mismo Judas, como aquel ladrón, también estaría en el pensamiento y en el corazón de Jesús colgado en la cruz. No estaría silenciada su invitación a arrepentirse, aún terminado el tiempo por nosotros concebido. Tal vez Judas, no podría imaginar, que la misericordia de Dios, es aún mayor que su traición, que su pecado.

El Señor pasó y pasa cada día por nuestra vida, nos mira con misericordia, nos vuelve a elegir. Nos ofrece volver a poner nuestras manos en el arado para seguir andando.

El Señor vuelve a abajares, para darnos siempre una nueva oportunidad.

Al decir del Papa Francisco, Dios nunca se cansa de perdonarnos, somos nosotros los que a veces parecemos cansarnos de pedir perdón. Sí,…,a veces, bajamos los brazos.

Pero Él,…, vuelve a escuchar los latidos de nuestro corazón y nos acerca al suyo, nos carga como a la oveja perdida y vuelve a confiarnos su gracia. “Sean misericordiosos como el Padre de ustedes es misericordioso”, volvemos a escuchar.

Nos abraza como el Padre de la parábola, que cada día, con infinita paciencia esperaba a su hijo que había partido a un país lejano, tan lejano de su corazón de Padre bueno.

Jesús nos permite siempre volver a empezar, dice Francisco, con una ternura que nunca desilusiona.

Centrar la mirada en Él, eso es la conversión, frente a la mirada de infinita misericordia de Dios para con nosotros, expresión de su infinita paciencia también, para que la ofrezcamos a todos.

En esta Misa Crismal, bendiciendo y consagrando los óleos, materia de los sacramentos de la Iglesia, quise fuera también el momento para admitir a las órdenes sagradas a algunos hermanos nuestros, que de modos y realidades diversas, vienen caminando en distintas etapas de su formación.

Agradezco a los sacerdotes que los acompañan y se hacen presentes expresando la fraternidad y riqueza de la iglesia, su cercanía y compromiso.

Quiero terminar con palabras de Francisco, en su carta encíclica sobre el amor humano y divino.

“Bebiendo del amor de Jesucristo, nos volvemos capaces de tejer lazos fraternos, de reconocer la dignidad de cada ser humano y de cuidar juntos de nuestra casa común.

Jesucristo es capaz de darle corazón a esta tierra y reinventar el amor allí donde pensamos que la capacidad de amar ha muerto definitivamente.

La Iglesia también lo necesita, para no reemplazar el amor de Cristo con estructuras caducas, obsesiones de otros tiempos, adoración de esa propia mentalidad, fanatismo de todo tipo que terminan ocupando el lugar de ese amor gratuito de Dios que libera, vivifica, alegra el corazón y alimenta las comunidades. 

De la herida del costado de Cristo sigue brotando ese río que jamás se agota, que no pasa, que se ofrece una y otra vez para quien quiera amar. Sólo su amor hará posible una humanidad nueva.

Pido al Señor Jesucristo, dice el Papa, que de su corazón santo, broten para todos nosotros esos ríos de agua viva que sanen las heridas que nos causamos, que fortalezcan la capacidad de amar y de servir, que nos impulsen para que aprendamos a caminar juntos hacia un mundo justo, solidario y fraterno. Eso será hasta que celebremos felizmente unidos el banquete del Reino celestial. Allí estará Cristo resucitado armonizando todas nuestras diferencias con la luz que brota incesantemente de su Corazón abierto.

Sea para todos nosotros, María, Señora de La Pampa, la primera en acompañarnos en este camino.

 

+ Raúl Martín.