MISA CRISMAL 2024: ”CONSUELEN A MI PUEBLO”
La Palabra de Dios, vuelve a nosotros de la mano de Isaías, en
esta carta de presentación de Jesús, que proclamamos y
escuchamos en cada Misa Crismal.
Con sólo un “hoy se ha cumplido”, Jesús se revela frente a su
pueblo. Firma con su nombre las palabras del profeta, las hace
suyas. Y lo son.
Manifestación de Dios en Jesús, invitación a nosotros a
reconocer lo profundo de la misión.
Compartiendo realidades de nuestros días, tiempos difíciles
siempre, recordaba algo leído tiempo atrás, una imagen que me
resulta significativa.
Es la práctica frecuente de algunos médicos, al recibir a un recién
nacido como niño prematuro. Se coloca al niño sobre el pecho de
la madre, para que escuche el latido de su corazón. Eco familiar,
tan conocido para quien aún tiene tanta necesidad de crecer y
madurar, como sabia medicina.
El latido del corazón de la madre, se hace seguro refugio para
aquel que llega en una nueva situación de fragilidad.
Así, necesitamos todos, un latido, un eco que nos hable de
madurez, de fortaleza, de plenitud. Necesitamos los creyentes,
escuchar el corazón de Dios, necesitamos escuchar su Palabra,
necesitamos rezar, necesitamos escuchar a nuestros hermanos,
Pueblo de Dios. Allí, nos encontramos pobres, frágiles,
necesitados de todo y tanto, como el niño prematuro.
La proclamación repetida por dos veces del profeta Isaías en esta
liturgia, resuena como un eco insistente a lo largo del tiempo.
Insistencia que parece recordarnos la vocación y el deseo de Dios,
que vuelve a hablarnos y revelarnos cada año y cada día, que Dios
no abandona a su Pueblo, y nos contagia su misión.
“Hoy se ha cumplido”, dice el Señor. Un “hoy” que es un para
siempre y eterno en nuestra historia.
“Consuelen a mi Pueblo”, como yo los consuelo nos dice el Señor.
“Los llevo grabados en las palmas de mis manos”, “lo que hiciste
con el más pequeño de mis hermanos, a mí me lo hiciste”, y tantas
enseñanzas más.
Consolar. Rezar. Hacerse cargo. Alcanzar el consuelo de Dios a los
hombres. Cuidar, interceder y sanar. Ser cántaros que derramen
los regalos del Señor, la gracia de Dios., haciéndonos ministros
suyos para los hombres. Esa es la misión, para la cual, también
nosotros somos consolados. Para eso fuimos ungidos. Para ungir.
Viviendo tiempos difíciles, duros, violentos. Tiempos de extrema
fragilidad y pobrezas que duelen, en especial en los más chicos.
Siete de cada diez chicos viven en la pobreza, veíamos con dolor,
hace unos días como una sangrante herida de nuestra patria.
¿Cómo podemos decir “esto se ha cumplido hoy en nosotros y
con nosotros?
En medio de un mundo tan oscuro, tantas veces herido, lastimado,
violento, donde pareciera que tantas cosas pretenden
arrancarnos la esperanza, se percibe la luz del Resucitado que
siempre está entre nosotros.
Frente a muchas miradas desahuciadas de la vida, la lectura
proclamada por Jesús aquel Sábado en la sinagoga, pareciera
desdecir todo fatalismo y fracaso.
Su Palabra nos da certeza de que la Vida termina venciendo a la
muerte, que su Gracia es superior a toda miseria y todo pecado.
Porque Él se ofrece. Porque Él camina a nuestro lado.
Una caridad que triunfa siempre, porque surge del corazón del
mismo Dios.
Una certeza, Dios no se desentiende nunca de nosotros. Nunca se
desentiendo, pero cuenta con nosotros con quienes quiere
compartir su gracia. Quiere ungirnos como el Ungido que es Jesús,
para que sigamos ungiendo en su nombre.
Unción que es consuelo,..., como aquel arco iris, prometido por
Dios a Noe, cuando iniciábamos la Cuaresma en el primer
Domingo.
Es Dios quien nos asegura, que siempre será misericordia para
nosotros. Es como si pusiera su firma en el horizonte, sellando un
pacto que le compromete a pesar de nuestra pequeñez, miseria y
pecado.
Somos sacerdotes. Somos estos sujetos amados por Cristo con
quienes Él quiere configurarnos. Llamados a ser constructores de
esperanza, fortaleza de los débiles, queremos y debemos ser
“hermanos que buscan servir a los hermanos”.
“Me gastaré y desgastaré por ustedes a fin de llevarlos a Dios”,
nos escribe Pablo en los Corintios. “Consuelen, consuelen a mi
Pueblo”.Conocemos el modo, conocemos el camino, conocemos
el por qué, conocemos el destino.
Pero, ¿Cómo compartirlo con el hombre de hoy?. Les decía el año
pasado en esta misma celebración y hoy les recuerdo, aquella
sencilla enseñanza del santo de Asís a sus frailes: “tené cuidado
con tu vida. Nuestra vida puede ser el único Evangelios que algún
hermano lea”.
No podemos hacer que todos estén de acuerdo con lo que
decimos o vivimos, pero vivir en la Verdad del Evangelio, en la
Caridad enseñada por Jesús, marca el camino y es
responsabilidad nuestra.
Ofrecer nuestra vida que es todo lo que tenemos y somos, es
nuestro SI de cada día.
Nuestra vida de hombres de oración, de servicio fraterno, con la
conciencia de que todos somos hermanos, nosotros los
sacerdotes, pero todos también.
No podemos vivir sin esperanza, y nuestra esperanza es Cristo. Lo
hacemos presente como esa profecía cumplida aquel Sábado en
la sinagoga, que se hace nuestro consuelo.
Hoy es tiempo difícil, pero tiempo oportuno, hoy es el día de la
salvación. Hoy es un tiempo privilegiado de gracia de Dios, si
abrimos el corazón, porque hoy es nuestro tiempo. “Si alguno
todavía no tomó la decisión de ser santo, hoy es el día”, nos
recuerda frecuentemente el Papa Francisco.
Muchos santitos salen a nuestro encuentro para enseñarnos que
con la gracia de Dios, todo es posible. Mama Antula, el Cura
Brochero, los beatos Pironio y Acutis y tantos más que la iglesia
nos propone como ejemplos a seguir, al modo como cada uno
somos llamados, sin ponernos el sayal ajeno, pero todos
llamados a ser santos.
En un mundo, donde la palabra está tan desgastada, que destruye
vínculos, que no expresa coherencia de quien la dice, somos
llamados a ser hombres de una Palabra con mayúscula, porque
debería ser palabra de Dios, que no regresa a Él sin haber
fecundado la tierra. Necesitamos sembrar “Evangelio” en la vida
de nuestro Pueblo, para que “esto se cumpla hoy”. Vivimos
tiempos que exigen de nosotros testimonios más claros, vidas
cada vez más comprometidas y entregadas, para que no sean sólo
palabras o pensamientos que nos dejen tranquilos.
Hoy bendecimos y consagramos aceites, frutos de la tierra y el
trabajo de los hombres, pero frutos de un querer de Dios de
acercarnos su gracia, de manera especial a través de los
sacramentos, con la Palabra eficaz de un Dios que no se hace el
distraído, que nos invita a convertir el corazón para dejarnos
reconciliar con Él y entre nosotros.
Sacramentos que nos hacen hijos suyos y hermanos todos. Que
nos dan la fuerza y nos hacen servidores a la manera de Jesús,
acercando la Palabra, la Eucaristía y los dones de un Dios, cuyo
nombre es Misericordia. Este es su corazón. Este debe ser el
nuestro. Eso, tan poco pero todo, es lo que hoy ofrecemos a Dios
junto a nuestras vidas para servir a su Pueblo.
Nuestro humilde servicio de hermanos, lo ofrecemos, aunque
poco parezca o dudemos de su fuerza. En las manos de Jesús,
pocos panes y pocos peces,..., alcanzan y sobran porque lo que
somos llamados a ofrecer, es todo. Todo lo nuestro, toda la vida.
Ofrecemos a Jesús, no hay otra riqueza comparable.
Nos toca tender puentes, rezar, cuidar a nuestra gente. Cuidar la
dignidad, sostener, acompañar, sanar heridas, devolver la
esperanza acercando a Jesús. “Pero nadie da de lo que no tiene”.
Para eso, necesitamos los sacerdotes y todo creyente, así como el
niño prematuro, recostarnos sobre el corazón del Señor,
necesitamos escuchar su Palabra de Buen Pastor, escuchamos el
grito de la gente que repite, que la misericordia no puede
esperar”.
Experimentamos nosotros la necesidad de ser alcanzados por esa
misericordia y perdón, que sólo puede llegarnos del corazón de
Dios, ser vendados en nuestras heridas, ser lavados de nuestras
miserias, de ser recibidos en el corazón con la ternura, paciencia y
mansedumbre del Padre Dios.
Necesitamos ser abrazados como el hijo pródigo o ser cargados
sobre los hombros del Buen Pastor, una y mil veces.
Le pido a Dios para ustedes y para mí, que no nos cansemos de
ser ungidos y enviados.
Que no nos cansemos de alcanzar su misericordia a todo hombre.
Que no nos cansemos de cargar sobre nuestros hombros a los
hermanos como Él cargó la cruz por nosotros.
Que no nos cansemos de lavar los pies de este Pueblo confiado.
Que no nos cansemos de acercar la ternura de Dios a los más
pobres, tristes, a los solos, a los enfermos.
Que no nos cansemos de acercar a su corazón a los demás,
aunque suponga muchas renuncias y mucha humildad.
Que no nos cansemos de abrir las puertas a todos, para acercarlos
a Dios.
Que no nos cansemos de salir a buscar a los que están más lejos
o perdidos.
Que no nos cansemos de rezar, ahora y siempre por los hijos que
nos puso en el camino.
Que no nos cansemos de perdonar en su nombre y a ser el rostro
de Jesús, que en su corazón nos lleva a todos.
Con la certeza de que nuestro servicio en su Iglesia como ungidos
y enviados a llevar el consuelo de Dios, comienza en nuestro
corazón, me encomiendo y los encomiendo al corazón de María
Santísima, Señora de La Pampa, madre de los sacerdotes, madre
de Jesús y madre nuestra.
+ Raúl Martín