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Sábado, 19 de Octubre del 2024

Santa María de La Pampa. “… y con los pies descalzos”

Nos duele ver a alguien caminar descalzo. Nos grita “auxilio”. No
podemos seguir de largo, pero también nos dice otro mucho.
Delicadeza, fragilidad, pobreza, apuro…
Mucho escuchamos en estos últimos años de caminar juntos,
pero quería detenerme, cuando elegí el lema de la fiesta de
nuestra Madre de La Pampa, en los pies de la imagen. “Sus pies
desnudos”.
Me parecía que era oportuno hacerlo y que no podíamos seguir
de largo, porque nos hablan tanto. Del ayer, del hoy y en el
adelante.
No sólo se trata de caminar. No sólo es expresión de la tarea
(misión poniendo a Jesús, nuestra riqueza, en el corazón de
todos). No sólo ir juntos para ir lejos, tan sólo al cielo. Un
camino seguro, pero imposible de hacerse solos. Necesitados de
la gracia de Dios para ser compartida, y del hombro del hermano
para seguir andando, dando una mano.
Pero los pies desnudos, hablan de fragilidad, si no estamos
acostumbrados. Nos hablan de dolor. Nos hablan de pobreza. De
una pobreza no querida y doliente, cuando esos pies desnudos,
heridos piden a gritos tu ayuda.
Esos pies desnudos, nos piden también hacer esa experiencia de
fragilidad, de necesitados, de esa cercanía necesaria, de ese
camino extendido, largo, con tantas asperezas que tiene la vida.

Hay esperanza si caminamos juntos, les repetía en la fiesta de
Santa Rosa de Lima, camino al jubileo.
No borrarnos, no escondernos, no hacernos los distraídos, no
creer que esto no es para nosotros, no es para mí. Para qué
descalzarse si estamos bien. En este juego no me prendo.
Sí… Es para todos.
Si nos atrevemos a descalzar, seguramente nos duela, sintamos
también más de cerca los dolores del otro. Tal vez, nos
animaríamos a dar una mano. Tal vez nos embarraríamos para
sacar al otro del barro, pero valdría la pena.
Llamados a dejar huellas en esta tierra nuestra y en el corazón
de los hermanos. Pero huellas de vida, sembradas, para que Dios
dé el crecimiento.
Huellas de cercanía y esperanza. Huellas que hablen de
compasión, de misericordia, de lucha buena. Huellas que otros
puedan seguir para llegar a Dios.
“No la tenemos tan clara”. Necesitamos aprender a mirar, a
sentir, a escuchar. Por eso queremos mirar los pies de María,
que apurada va detrás de cada hijo, como aquel día a visitar a
Isabel, o atenta a la necesidad de aquellos esposos en Caná, para
sostenerlo, para alzarlo, para llevarlo hasta la cruz, para que la
cruz se haga escalera al cielo, como dice nuestra santa limeña y
pampeana.
Si no nos descalzamos, nos perdemos parte de la realidad,
desconocemos una parte de la historia, perdemos sensibilidad
frente a la vida.
Y nos detenemos en estos pies descalzos, como quien quiere
aprender a caminar abarcando más la vida, cada vida y toda
vida, del hoy y de esta historia que hasta aquí nos trajo, y mirar
con más esperanza el mañana .

Los pies, parecen ser menos tenidos en cuenta. Parecen
importar menos que el resto del cuerpo, menos expresados,
menos cuidados, pero cuando los pies duelen, duele la cara,
duele el corazón adentro.
Muchas veces para saber algo, vamos buscando las huellas,
para ver y comprender. También las huellas que vamos dejando
al caminar se hacen futuro. Los rastros, le decimos, mientras
dejamos que Dios, con nosotros escriba la historia.
“Descalzate, estás pisando tierra santa”. “Les he lavado los pies,
para que hagan ustedes lo mismo también”. “El que quiera ser el
primero, que se haga servidor de todos”. “Que se haga el
último”. “Sólo te falta una cosa, dijo a aquel hombre presuroso
por ganarse la vida eterna, andá, despojate de todo. Que nada te
ate”.
El ciego tiró su poncho y lo siguió por el camino. El leproso
agradecido volvió sobre sus pasos. El paralítico dejó sus muletas
y no pudo dejar de gritar quién lo curó. Y así, cada encuentro de
Jesús con sus hermanos. Dejaron sus redes, tiraron su poncho,
las muletas. La pobre viuda, daba sus dos moneditas de cobre, y
aquella otra mujer, derramaba el perfume de nardo sobre los
pies de Jesús, secándolos con sus cabellos. Quemaron sus naves,
decimos a veces. Se dejaron lavar sus pies de manera diferente,
aprendiendo a hacerlo a los demás.
Encontrarnos con Jesús, es perder otras seguridades, pero nos
hace capaces de mucho más. Nos desinstala, nos moviliza. “Yo
los envío, no lleven más que unas sandalias, el bastón y poco
más”.
Cuando falta algún sentido, otro se agudiza. ¿Qué será bueno
perder, para que el corazón sienta más, para aprender a amar
mejor?. Amar a todos, amar primero, amar hasta dar la vida,

amar hasta en los más pequeños detalles, diría el Cardenal Van
Tuan.

A los pies descalzos y clavados en la cruz, estaba María. Algunas
mujeres que en el camino lavaron su rostro, y un discípulo, Juan.
Las enseñanzas de Jesús, nos invitan a caminar con los pies
descalzos.
Descalzos para caminar sin lastimar. Para entrar en los corazones
pidiendo permiso, sin ofender, sin faltar a la intimidad. Entrar
descalzos para estar junto a todos, especialmente a los dolientes,
para que nadie se sienta aplastado ni herido.
Descalzos para que la cercanía no intimide, ni haga ruido.
Descalzos para cuidar al hermano sin que se note.
Descalzos, para que la huella que dejamos, sea expresión de lo
que somos, de quienes somos, discípulos del Señor.
“Descalzate que estás pisando tierra santa”, que es el corazón de
cada hermano, cuando tanta violencia e indiferencia nos rodea.
Descalzos, para que nos hagamos cargo de la rugosidades de la
realidad en que vivimos. Descalzate, para que la tierra misma, te
hable de todos.
Descalzate para que tu corazón se haga fuerte en la humildad,
que nos da identidad de pobres, de todos necesitados. Identidad
de hermanos donde todos somos iguales porque de Dios, y en
María, fuimos hechos hijos.
Descalzos para que ninguna altura, nos haga sobresalir, para
poder mirar a todos a los ojos y no desde arriba. Porque la
caridad se hace en silencio.
Descalzos, para que nuestra seguridad, no esté en nuestros pies
sino en nuestro corazón que quiere ser cuna del mismo Dios.

Hoy venimos Madre, a tus pies descalzos. Sabiendo que caminás
en cada uno de nuestros corazones, en nuestras vidas y la de
nuestro Pueblo pampeano. Con tu silenciosa y discreta
presencia que a todos llama, y a todos invita a seguir a tu Hijo,
que también descalzo, carga la cruz de todos.
Caminar descalzos Madre, nos lastima. A veces nos acobarda,
nos hace indiferentes. No queremos herirnos y preferimos
sentarnos en descanso. Caminar descalzos Madre, nos hace
sentirnos frágiles y a veces impedidos de nuestros sueños.
Caminar descalzos nos complica la vida. Descalzarnos es aceptar
nuestra pequeñez y no estoy seguro de querer hacerlo.
Enseñanos Madre a descalzarnos!!!!.
Pero que cuando vuelva a calzarme, Madre, lo haga desde
aquella experiencia que modela el corazón a semejanza de Jesús,
que desde la pobreza arranca tanta riqueza por compartir.
Que volver a calzarme, no sea para olvidarme de aquellos que
no llevan zapatos, ni encerrarme en mis seguridades, sino sea
ocasión para seguir aprendiendo, escuchando, poniendo el
hombro y el corazón.
Que al volver a calzarme, sea para ser voz más fuerte de los
ignorados y olvidados. Sea para gritar con fuerza, que hay que
amar hasta que duela.
Con los pies descalzos, Señor, volveremos un día a vos, en la
plenitud de los tiempos, que sea para llevar el rostro, las manos
y el corazón, llenos de huellas con quienes pudimos compartir
el amor del Padre Dios, que a todos salva.

+ Raúl Martín.