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Viernes, 16 de Agosto del 2024

PALABRAS DE NUESTRO PADRE OBISPO RAUL MARTIN EN LA BENDICION DEL HOGAR BETANIA, PARA LOS HERMANOS EN SITUACION DE CALLE.

Betania. El lugar, el hogar de los amigos de Jesús.
 
Betania era el lugar donde Jesús descansaba el corazón con los amigos. María, Marta, Lázaro. Era más que un techo, más que un lugar era un encuentro de fraternidad, de amistad, de aquellos que se aman porque se saben hermanos.
 
Hoy venimos a bendecir este lugar que quiere invitar a la fraternidad. Hacerse lugar de encuentro y muy en particular, de aquellos que no tienen lugar para vivir, aquellos que muchas veces decimos o reconocemos como “los descartados”, aquellos que no importan porque no traen “ningún pan bajo el brazo”.
Los juzgamos a veces sin darnos cuenta, o “SI”, como aquellos que no nos sirven, o no importan tanto. Porque la realidad y la cultura en que vivimos nos esconde sus corazones.
 
Aquellos que tantas veces, tan solo los vemos pasar y seguimos de largo.
 
Nuestra sociedad como la de tantas otras ciudades y cuánto más grandes peor, nos acostumbra a un paisaje donde quienes lo constituyen son “tan sólo hombres y mujeres olvidados”… “Los de la calle”.
 
Hoy queremos bendecir, es decir “pedirle a Dios el bien, desear el bien”, porque nos importan estos hermanos, porque no queremos acostumbrarnos a que la calle los abrace, los paralice, y los mate.
 
Porque la calle no es el lugar para vivir, y la calle no es el lugar tampoco, para morir olvidados.
La calle no se elige porque si. A veces circunstancias que desconocemos, a veces pobreza económica, una corrupción que de mil maneras fabrica pobres, a veces falta de afectos que nos vuelven locos, y mucho más.
No. La calle no se elige para vivir. Se soporta. Se sobrevive en el mejor de los casos.
 
“No hay lugar para vos”, se escucha en el silencio de la vida, en el soplar del viento, en el agua de la lluvia que se hace bendición para algunos y mojadura doliente para otros. “No hay lugar para vos”.
 
Tampoco lo hubo hace más de 2000 años atrás, cuando nació Jesús, y una cueva de animales le sirvió para nacer.
 
Pero Dios no quiso la calle para que vivan los hombres. Y nos puso el corazón en el medio del pecho a todos, para que extendiendo las manos, le socorramos. Toquemos heridas tan profundas, comprendamos tan duras vidas que se extinguen en aparentes “sin sentidos”.
 
Lo sabemos todos. El frío duele, el frío enferma, el frío mata. Pero también mata la indiferencia, también la parálisis de los corazones insensibles. Hombres muertos, aunque parezcan vivos.
 
Esta no es la comunidad ni la ciudad que queremos. TECHO. TIERRA. TRABAJO. No lo olvidemos. No nos permitamos olvidarlo. No nos permitamos ser indiferentes. Duele mucho, es un fuego que quema desde adentro, arranca el llanto de los buenos.
 
Bendecir este lugar es hablar de prioridades, de urgencias que no pueden esperar, de atención a los más pobres, a los más débiles, a los que como todos nosotros “no pueden salvarse solos”.
 
Por eso bendecimos esta pequeña obra, que dará en los tiempos de frío, un ratito, un poquito de calor de corazón para unos pocos, que ojalá pudiera ser para todos, pero necesitará de otras muchas manos más y conciencias despiertas, dispuestas a incomodar sus vidas.
 
En primer lugar, quiero dar gracias a Dios que nos invita a ocuparnos de estos hermanos con el rostro de Jesús, rostros a veces tan escondido, heridos por la tristeza, o el desaliento, dobladas las espaldas de tanto cargar la vida sin remedio.
Es Dios que, en su misericordia, nos invita a ser misericordiosos. Hacernos un poco medicina para el alma, aunque sea un poquito de ternura, una caricia frente a tanto dolor inentendible.
 
No lo hacemos para salir en los diarios ni en las fotos, ni con afán de protagonismo, que dejamos para otros. Lo hacemos porque es lo que nos pide Jesús en el evangelio. “Lo que hiciste por el más pequeño de mis hermanos, conmigo lo hiciste”.
 
Hacernos cargo, reconociendo su rostro en el hermano. Y es tan poquito lo que hacemos.
 
Quiero dar gracias a Dios, que en su providencia, movió el corazón de un hermano, curiosamente no cristiano, un tal “José, sin apellido”, que con su legado nos permitió arreglar un “algo”, este lugar de la Iglesia, para acoger a unos pocos. Pusimos el lugar, pusimos el corazón junto a ese regalo.
 
Quiero agradecer a quienes les pedí una colaboración de tiempos, talentos y dinero para adecuarlo. Y lo hicieron. Cada uno sabe bien por qué y el cómo. No importan sus nombres.
 
Quiero agradecer a todos, porque esta obra que hoy comenzamos a abrir a los hermanos más desamparados es obra de todos, con la ayuda de Dios. De todas las manos de las comunidades de la diócesis, que de mil maneras luchan en sus pueblos para atenderlos, y los más cercanos de esta ciudad que ponen sus manos y corazones al servicio del bien. Invitamos a todos a seguir haciéndonos cargo. Y quiera Dios, recemos para ello, que vayamos encontrando otros caminos, porque son muchos los “que están en Pampa y la vía”.
 
Este proyecto comenzó hace muchos años, antes de la pandemia y fue tomando modos diferentes, con atenciones parciales en las distintas capillas y parroquias atendiendo a todos los que llegaban, dando algo para comer, o un lugar donde bañarse. En el Buen Samaritano, en el hogar de las Hermanitas de los ancianos desamparados y mucho más. También golpeamos puertas en distintas instituciones, que seguiremos haciendo, para que todos reconozcamos que el sueño de Dios, es sueño para todos, y el sueño de Dios, desde el principio, es el mejor. Así nos lo enseñó Jesús, y lo hizo dando la vida.
 
Bendecir este lugar, es compromiso a trabajar con amor desinteresado, abrir más y más el corazón para que nuestra vida tenga sentido en la entrega cotidiana. Y tenemos mucho que aprender para poder hacerlo. Tenemos que aprender a “lavar los pies de los hermanos” como nos lo pidió el Señor en la Última Cena. Y a veces nos resistimos, nos violenta.
 
Es probable que muchas veces nos equivoquemos, que no sepamos cómo hacerlo, que a veces nos demos por vencidos. Le pido a Dios que en esos momentos nos dé a todos su gracia y su fuerza para seguir andando.
Cuando Jesús nos enseña y nos pide que amemos como Él ama, es porque nos enseña el camino para ser felices, y hacer felices a los demás.
 
Hace decenas de años, nuestro Pueblo argentino, vive dolorosos momentos de dolor, de angustia, de una pobreza que se acrecienta. No podemos bajar los brazos creyendo que nada podemos hacer, y tampoco quedarnos complacientes justificando que “la culpa, es siempre de otro”, y a mí tan sólo me queda aquello de: “no es problema mío, o sálvese quien pueda”. Así, varios hermanos nuestros ya murieron de frío en nuestras calles pampeanas, y cuántos más en el país.
 
Finalmente quiero dar gracias a María, la Madre de Jesús y Madre nuestra, que al pie de la Cruz nos enseña que Ella se hace cargo, y que nosotros, somos sus hijos, todos hermanos, que muchas veces nos peleamos o no nos entendemos, pero que Ella vuelve a abrazarnos para acercar nuestros corazones, nuestras vidas, para que nadie muera de hambre o de frío en esta tierra bendita del pan, tan extensa y tan noble que a todos puede amparar.