Homilía de nuestro padre Obispo Raúl con motivo de celebrar a Santa Rosa de Lima.
“Hermanos, nos dice San Pablo en su carta a los Corintios, el que
se gloría, que se gloríe en el Señor. Porque el que vale, no es el
que se recomienda a sí mismo, sino aquel a quien Dios
recomienda”.
Y Mateo en su Evangelio, nos recuerda que vale la pena
venderlo todo, por aquel tesoro, que es el mismo Cristo que nos
acerca al Reino.
Queremos hoy, celebrar y festejar a Santa Rosa, mirando hacia
adelante, caminando hacia el jubileo de toda la Iglesia que
iniciaremos en pocos meses. Aprendiendo a escucharnos todos,
y de lo bueno, aprendiendo todos. Porque “hay esperanza si
caminamos juntos”. Y celebrar a la santa, es comprometernos a
hacerlo.
Estos días de novena, fueron ayudándonos una vez más, a poner
los pies en la tierra mirando el cielo, en el entorno común de la
vida, como si quisiéramos ir aterrizando, preparándonos para
esta fiesta patronal.
En el encuentro con todos desde distintas realidades, pero que
hacen o expresan nuestra vida, la vida de nuestra gente, la vida
de nuestro pueblo, que es Pueblo de Dios, donde nosotros
somos hermanos.
La vida nuestra, necesita de “escucharnos todos”, para
fortalecer “un nosotros”, para acoplarnos más plenamente en
un caminar que viene andando, para aprender a caminar, sin que
ningún paso, por lento o rápido que sea, deje a alguien al borde
del camino.
“Si queremos ir rápido, andemos solos, pero si queremos ir
lejos, vayamos juntos”, reza un dicho.
Y lo fuimos buscando, en este andar hecho oración, enseñanza,
acogida, agradecimiento. Anunciando, escuchando, y
compartiendo.
Aprendiendo a compartir nuestra fe, de la que Santa Rosa, tuvo
y tiene tanto para mostrarnos con su vida.
Cuando rezamos su oración, le pedimos que nos enseñe a
imitarla.
Aprendiendo a amar a Jesús con un corazón puro, sencillo,
simple. Reconociendo en Él al Hijo de Dios, el Señor, el Mesías.
“Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios Vivo”. Porque, como sabemos,
“habernos encontrado con Jesús, es lo mejor que nos pasó en la
vida”,
Es una gracia que tenemos que pedir con el salmista: “Oh Dios,
crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro, con
espíritu firme” (Sal 50).
Le pedimos, “abrazarnos a la cruz de Jesús”, dejando de lado
todas las vanidades del mundo, los protagonismos, los egoísmos,
las indiferencias, haciéndonos cargo, en el silencio, de los más
desvalidos tantas veces olvidados y descartados por el mundo.
Que al tocar la cruz del Señor, le pidamos un poquito de su
corazón, sus sentimientos, su capacidad de amar hasta el final.
“Amando con todo el corazón a nuestra Madre”, la Virgen María
que nos muestra en los hermanos el rostro de su Hijo Jesús.
“Enseñanos Santa Rosa, le pedimos, a amar profundamente a
nuestro Pueblo pampeano, y que todos como bautizados que
somos, hijos del mismo Padre Dios, miembros de esta misma
familia que es la Iglesia, demos testimonio de la misericordia con
nuestra vida.
“VAYA LO QUE LE PEDIMOS”!!!!!. Dar testimonio de la
misericordia de Dios con nuestra vida. Es mucho. No sé si nos
animamos en serio a vivirlo, a duras penas a pedirlo.
Lo vemos, lo conocemos, sentimos la certeza y necesidad de
convertir el corazón. Nos cuesta salir de aquello que estamos
acostumbrados. A veces faltan fuerzas o ganas. Seguro no nos
falta la gracia de Dios para poder hacerlo, pero,…, nos sigue
costando inclinarnos frente al dolor de otro, o cargarlo en
nuestros hombros.
Nos sigue costando alegrarnos con las alegrías ajenas, o salir de
nosotros mismos, de nuestros criterios, o nuestras pequeñeces
para abrirnos a los demás.
Nos sigue costando hacer silencio frente a las limitaciones de los
hermanos, nos sigue costando ser puentes entre nosotros.
Nos sigue costando tanto y más…
Cambiar, significa dejar de lado, apartándonos de nuestras
costumbres o comodidades, o de la misma justificación de lo que
somos. “Y bueno, yo soy así”, decimos.
A veces, hasta bajamos los brazos, y no nos animamos siquiera a
levantarlos para recibir de Dios, lo mucho que ofrece como
regalo.
Son tiempos difíciles siempre, lo sabemos, pero son nuestros
tiempos, no podemos escaparnos.
No nos quedemos en la sola queja que envenena y entristece,
tengamos la certeza que nadie hará, lo que nosotros con la
gracia de Dios, pudiéramos hacer, aunque poco parezca frente
a tanto.
¿Qué podemos hacer entonces?. Confiar en Dios. Confiar y
amar. Arremangarnos, que hay esperanza si caminamos juntos.
Amar, que es pedir la gracia de la propia conversión,
reclamando para todos, vivir las enseñanzas de Jesús, vivir en la
verdad, la justicia y ser constructores de la paz.
Cuando Rosita, creyó en las Palabras de Jesús, aunque en su
tiempo, como en los nuestros, las cosas no eran fáciles, no se
quedó con los brazos cruzados, “se abrazó a su cruz”, se hizo
cargo de sus hermanos más dolientes, de los pequeños y
descartados. Los olvidados o esquivados.
Hoy, al celebrarla, le pedimos la gracia de aprender cada día
más, como ella, de su vida entregada y vivida con esperanza.
Aprendiendo a sembrar para otros. Sembrando amor y
esperanza, desde los pequeños gestos a las grandes entregas.
Porque también tenemos gestos y ejemplos cercanos, que a
diario muestran que el amor de Dios, se sigue sembrando en el
mundo en tantas vidas, en tanta entrega, en tanto amor.
Pidamos con fe, que en el silencio de nuestra oración, nos
alcance un corazón atento y sabio, que sepa escuchar,
compadecerse y comprometerse en nuestra historia. Historia
de nuestro pueblo, sabiendo como ella sabe, que la vida sólo
vale si se entrega.
“Señor, ¿a quién iremos, si tú eres la Palabra?. A la voz de tu
aliento, se estremeció la nada, la hermosura brilló y amaneció la
gracia.”
“Nos hablas en las voces de tu voz semejanza; en los goces
pequeños y en las angustias largas. Señor ¿a quién iremos, si tu
eres la Palabra?”
Que nos gloriemos siempre en el Señor, que es nuestro tesoro,
y trabajemos siempre en el anuncio de su Reino, con ESTA
PALABRA, y con el testimonio de nuestra vida, a ejemplo de
Santa Rosa, que amó con todo su corazón a Jesús y a los
hermanos.
Hagamos como ella, “bolsas que no se desgasten , y
acumulemos un tesoro inagotable en el cielo. Porque allí, donde
esté nuestro tesoro, estará nuestro corazón”
Es la promesa de Jesús, invitándonos al cielo.
+ Raúl Martín.