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obispo, misa, homilia,

“Ungidos para ungir. Consagrados para servir”

“El Señor, vuelve a Nazaret a donde se había criado. El Sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura del profeta Isaías,..., cerró el libro, lo devolvió al ayudante y se sentó.”

Dice la Escritura, que “todos en la sinagoga tenían los ojos puestos en Él”. Entonces, comenzó a decirles: “HOY, se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír”.

Enorme la densidad de las lecturas que proclamamos. Nos llevan a vivir profundamente este momento, a reconocer la fuerza de esta Palabra, hecha imagen que se nos propone, con la sencillez y solemnidad de los hechos.


También a nosotros nos lleva a poner nuestra mirada en Jesús.
La descripción de cada movimiento, de cada gesto, de esta Palabra Vieja y Nueva, se funden en un contundente “HOY se ha cumplido”, que nos hace bien, al descansar nuestra mirada en esta escena que tanto dice.

Hoy, la mirada de los hombres, como aquel Sábado en Nazaret, sigue buscando dónde descansar al encontrar. Y siguen buscando caminos que los lleven al cielo. Sigue esa mirada y cada mirada, también las nuestras, buscando al Dios de la Vida, ese Padre de todos, y a su Hijo Jesucristo.

Celebrar esta Eucaristía, es volver a tomar conciencia de que por Él, fuimos llamados, elegidos y consagrados para llevar la Buena Noticia a los hermanos, y reconocer nuestra entrega como servidores de un Pueblo.

Este HOY, dice y reclama mucho, cada vez que lo proclamamos. Un HOY que no se quedó en aquel momento, sino que expresa y actualiza, no un tiempo de memoria o de historia, sino una vida llamada a la profunda entrega del Pastor.


Una Palabra, que nos hace hacer memoria viva , de aquel “SI”, con que respondimos al primer llamado en nuestra historia personal para hacernos servidores del Pueblo, que es Pueblo de Dios.

Un HOY, contundente, que nos pone frente a frente con el rostro y la persona de Jesús. Este Jesús que cada día, desde su infinita misericordia sale a buscarnos, a perdonarnos, a fortalecernos.


Trayendo a la memoria del corazón, aquella unción con el Santo Crisma y la imposición de manos, con que nos elegía y consagraba, desde nuestra historia con sus riquezas y debilidades, vuelve a contar con nosotros.

Todas las cosas parecen ser distintas, y muy distintas, desde hace un año marcado todo por la pandemia. Una de las palabras más aprendidas, y que ya cansa, incorporada casi a diario en nuestro lenguaje.


Palabra a la que le echamos muchas culpas, con razón o no, de lo que no podemos, no sabemos o no nos sale como querríamos.
Porque nos hace vivir en la incertidumbre, en el NO proyecto, entre miedos y renuncias. Y sobre todo porque nos ha hecho experimentar profundamente nuestra humana fragilidad, nuestra realidad y pequeñez.


Realidad que seguramente ha dejado también algunos buenos frutos.


En primer lugar la conciencia de la gracia de un Dios que no abandona y nos sostiene.


Nos hizo por necesidad también, buscar otros caminos de comunicación, de estar cerca a la distancia, de experimentarla como oportunidad y no bajar los brazos, aceptando que aún, más nos necesitamos.


Ha sido sin embargo un tiempo fuertemente vivido, donde como Iglesia particular fuimos poniendo el corazón cercano, de modo especial de los más frágiles, pobres o solos. Afinando en nosotros los oídos del corazón. Encontrándonos con una realidad que nos comprometió en una vida intensa.

Este inmediato tiempo transcurrido, es desde donde hoy, continuamos nuestro camino. Muchas cosas parece seguirán del mismo modo por más tiempo, otras necesitarán de una creatividad mayor, una paciencia mayor, de toda nuestra capacidad de amor y de entrega. Para eso, vamos renovando nuestro servicio al Pueblo de Dios, entrando con él a Jerusalén, entrando con el mismo pueblo confiado a la sinagoga junto a Jesús como aquel día.


Volvemos a escuchar su Palabra para hacerla nuestra, para hacerla vida en este 2021, para hacerla camino de conversión para nosotros, nuestros hermanos y levantar nuestra mirada, para que purificado nuestro corazón, sirvamos a todos de la mejor manera.


Fuimos ungidos para ungir, allí la tarea de nosotros sacerdotes, comprendiendo el momento difícil de la Patria, tan lastimada, golpeada, y violentada de mil maneras.
Llamados a ser instrumentos de comunión y pacificación. Lejos de la indiferencia de tantos, que nos demanda a seguir trabajando por el Reino, poniendo a Jesús en el corazón de todos, la mayor de las riquezas que podemos compartir. Por ello, nuestra primera misión es la oración por estos hijos. Acercarlos a este Dios, que camina siempre junto a su Pueblo, y que por ello nos toca a nosotros acompañar como pastores.

Recordemos que siempre, la peor pandemia será el no amar, el no hacernos cargo, el no comprometernos, curas y laicos, todos como Pueblo pampeano, en la única Iglesia.
Allí, donde Dios va dejando su huella en el corazón de cada uno. Huellas que se convierten en “besos de Dios” para los hombres.

Somos conscientes de nuestras limitaciones, pero también conscientes de que la misericordia de Dios y de que su gracia es más grande que nuestra pequeñez y nuestros pecados.


Dios se atreve a confiarse en nuestras manos. Una infinita confianza y paciencia, llenan de esperanza y gracia, la vida de sus amigos, como lo hizo con sus discípulos, y con nosotros también.

Permítanme recordarles algunas palabras de Francisco en su reciente viaje Apostólico a Irak, haciendo memoria sobre las palabras de Pablo sobre la caridad: “la caridad es MAGNÁNIMA. No nos esperábamos este adjetivo, dice el Papa.


El amor parece sinónimo del bondad, de generosidad, de buenas obras, pero Pablo dice que la caridad es ante todo, magnanimidad. Es una palabra que en la Biblia, dice de la paciencia de Dios. A lo largo de la historia, el hombre ha seguido traicionando la alianza con Él, cayendo en los pecados de siempre, y el Señor, en lugar de cansarse y marcharse, siempre ha permanecido fiel, ha perdonado, ha comenzado de nuevo.


La paciencia para comenzar de nuevo es la primera característica del amor, porque el amor no se indigna, sino que siempre vuelve a empezar. No se entristece sino que da nuevas fuerzas , no se desanima sino que sigue siendo creativo.


Ante el mal, no se rinde, no se resigna. Quien ama, no se encierra en sí mismo cuando las cosas van mal, sino que responde al mal con el bien, recordando la sabiduría victoriosa de la Cruz. El testigo de Dios, actúa así, no es pasivo, ni fatalista, no vive a merced de las circunstancias , del instinto y del momento, sino que está siempre esperanzado, porque está cimentado en el amor, que siempre disculpa y confía, siempre espera y soporta”.

Hoy celebramos anticipadamente a la Pascua, la Misa Crismal, que en la tradición de la Iglesia, quiere ser expresión de comunión con el Obispo, en la única Iglesia de Dios, en la cual, los ministros renovarán las promesas que hicieron el día de su ordenación, como servicio a nuestro Pueblo.

Bendeciremos los óleos y consagraremos el Santo Crisma. Con ellos, la vida de la Iglesia, la función de santificar que nos confió Jesús, será signo eficaz de la vida en el Señor, será expresión de la realidad a la cual el Padre Dios nos invita.

Este año, acompañados por la cercana y silenciosa presencia de San José, varón fiel, sencillo, capaz de recibir en su corazón la voluntad del Dios que le confía a su Hijo amado. Un José, que en el silencio va descubriendo los caminos, los momentos, los modos para cuidar de Jesús y de María. No tuvo miedo a que los sueños de Dios le cambiaran el rumbo de su vida, ni escatimó fuerzas para sostener a su familia, viviendo una fe íntegra, cuidando, enseñando y trabajando, compartiendo, y seguro como María, guardando tantas cosas en su corazón que no entendía. Que el santo, esposo de Maria y padre adoptivo de Jesús, nos enseñe a ser hombres fieles cuidadores de este Pueblo.

María madre de Jesús y madre nuestra, se hace lugar de encuentro de los hermanos, se hace esperanza, se hace sendero para “acercar corazones”, para caminar juntos, unidos, haciéndonos más hermanos, haciéndonos familia. Bajo su poncho, nos sentimos, amados, seguros, y cuidados con la ternura del Padre del cielo.

Es Maria, quien cada día, nos recuerda que mucho podemos hacer desde nuestra pequeñez, y que Jesús quiere contar con nosotros.
Si nos atrevemos a dejar lo poco pero todo, en sus manos, Jesús sabrá bien que hacer con ello.

“Señor, enséñanos a transmitir ternura, a cuidar con cariño, a contagiar la fe, a sembrar esperanza en el corazón de los hijos que nos confiás. Danos fuerza para liberarnos del desencuentro, del individualismo cómodo, de la ambición desenfrenada que nos separa, del olvido egoísta, del reproche que lastima.
Que aprendamos a acompañarnos en el duro camino de la vida, y que encontremos la alegría de vivir en familia. Que crezcamos cada día en el amor a esta familia diocesana y a esta tierra pampeana, que es nuestro Pueblo. Renovanos en una entrega generosa y alegre a todos los hermanos. Que tengamos un espíritu de reconciliación y comunión entre nosotros como servidores de tu Pueblo, hecho nuestro”. Amén.

+ Raúl Martín