Hace ya más de 200 años, cuando aquellos patriotas, comenzaron a pensar nuestra independencia, imploraron a Dios, pidiendo la sabiduría para el buen obrar. Inmediatamente, surgió entre ellos, Fray Oro, proponiendo como patrona de la historia que gestaría la independencia de nuestra Patria, a Santa Rosa de Lima, la primera santa canonizada de América.

Esta elección que fue aprobada rápidamente y con mucha alegría, parecía reconocer el perfil que providencialmente, se hacía modelo cercano que invitaba a ser imitado. ¡Cualquier buen patriota, necesitaría parecérsele!!!.

Una mujer sencilla, de oración ferviente, que se conjugaba con una extrema sensibilidad por los pequeños y los pobres, los enfermos, los negros y los indios, por entonces tan marginados de una sociedad aún en pañales. Mucha agua hubo de correr y aún deberá correr, para que muchos males vayan a desaparecer y se fortalezca la unidad de nuestro Pueblo. Más allá de las realidades humanas, el hecho fue que Santa Rosa, se hizo así la protectora americana, de nuestra independencia, y para nosotros nuestra Patrona.

En estos tiempos que nos tocan vivir, que para algunos serán los mejores o los peores, pero que sin discusión, “son los nuestros”, debemos dirigir nuestra mirada a Jesús, el tesoro, la perla preciosa, el Salvador. Mirada que como 200 años atrás, pareciera encontrar un sendero, un atajo encarnando el Evangelio, en la persona de la Santita peruana del siglo XVI, hecha Pampa en esta tierra. Volver nuestra mirada a ella para ir a Jesús, donde su delicada caridad para con todos en general y en particular con los más pobres, resume el ejemplo de desinterés y solidaridad necesarios para crecer en comunidad, y como Iglesia para servir al Pueblo de Dios.
Rosa, decimos siempre, nos trae mucho de ese rostro de Iglesia-familia, que buscamos y queremos se fortalezca en nuestra Diócesis, inserta fuertemente en esta Comunidad argentina, y en plena comunión con Pedro, el Santo Padre Francisco.

Iglesia capaz de hacerse silencio para dejarse fecundar por la Palabra de Dios, pero una Iglesia que con su testimonio se hace profética. Una Iglesia hecha madre, que acoja a todos en tiempos o momentos difíciles, que se comprometa con todos abriendo brazos y corazones para todos, construyendo puentes entre todos, siendo sujetos de una historia y un futuro de verdad, justicia y paz.

Iglesia de corazón humilde y manso, no indiferente ni egoísta, que como Rosa, sepa mirar a su alrededor, sabiendo que la meta es el cielo, que lejos de enjuiciar fácilmente al hermano, busque derramar la ternura y la misericordia que de Dios recibe.

Pero, ¿cómo hacer?, ¿qué hacer?. A nuestra mirada puramente humana, las dificultades, pueden hacernos bajar los brazos. ¿Qué puedo hacer yo frente a tanto?. Seguramente Rosa, también se lo preguntó.

Otras veces nos encontramos en aquel famoso, “sálvese quien pueda”, que justificado por tantos líos en la sociedad y en la política, nos llevan a considerar como más sano o falsamente prudente, quedarnos al margen.

Sin embargo, nada puede simplemente dejarnos al margen, cuanto lo que vivimos es nuestra propia historia. Nada, parecería que pudiera resultarnos indiferente a la manera de “lavarnos las manos”.

El mismo Jesús es el que nos enseña en tantos relatos del Evangelio, que el Hijo del Hombre, debía encarnarse en la historia para hacerse cargo de la humanidad.

Cada cual desde su estado de vida, realidad cotidiana, profesión, trabajo, estudio, cualquiera sea, que debe tener por principio el bien común, que no puede ser relegado al bien particular.

Me preguntaba cuáles serían los indios, los pobres, los enfermos, que hoy serían misericordiados por Santa Rosa.

Cuáles serían los consejos que nos daría en este año de bicentenario y tanta gracia de misericordia del jubileo.

No busco dar las respuestas prefabricadas u obvias, sino invitarlos a tener la caridad de pensarlas, a tomar conciencia, para que entre todos, nos hagamos cargo construyendo una Comunidad de hermanos.

Sin embargo, creo que cualquier respuesta tiene que pasar por el aprender a amar y amar mejor. Es lo que nos eleva por sobre toda creatura y nos acerca a Dios.

Este año santo, nos ofrece el inmenso regalo de las indulgencias. Como medicina de la vida, sanante de las heridas del corazón, heridas de la vida, fortaleza para dejar atrás miserias y pecados que pesan en el andar peregrino.

Imagino a Santa Rosa, en las cosas cotidianas, desde su querer virtuoso, que en las obras de misericordia, iba sanando tantas heridas, propias y ajenas. Cada gesto de amor, cada obra de misericordia por pequeña que parezca, va sembrando semillas de Evangelio en el corazón de los hombres.

Celebrarla, es comprender que la vida, sólo vale si se entrega. Es comprometernos en un intento a poner nuestros pasos en las huellas de la santa, con la seguridad que las mismas nos llevan hasta Jesús.

Que en esta fiesta grande, nos sintamos todos invitados a “tocar con misericordia las llagas de los más débiles y sufrientes” a nuestro lado, rezando también por el mundo entero.

Que María, Señora de La Pampa y Santa Rosa de Lima, nos alcancen de Dios, las gracias que más necesitamos, dándonos la fuerza y el coraje para anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios.

+ Raúl Martín