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Al celebrar a Santa Rosa, el año pasado, me preguntaba y compartía con ustedes: ¿qué podrá decirnos a nosotros, cristianos del siglo XXI, esta santa que vivió hace cuatro siglos que no hubiera ya pasado de moda?, ¿qué podrá enseñarnos para seguir caminando?.¿Qué podemos descubrir en ella, para fortalecer nuestra esperanza?

Ensayando alguna respuesta, al mirar su vida valiosa y sencilla, que se gasta en la cotidiana fidelidad a lo pequeño, encontraba muchas razones para imitarla.
Rosa, nos enseña que toda vida vale mucho a los ojos de Dios, y por lo tanto a los nuestros, desde el inicio hasta el final, y que además de gastarla bien, hay que cuidarla, especialmente en los más olvidados y desprotegidos. Esa vida y cada vida, regalada por Dios, el Absoluto, que nos llama a venderlo todo para ganar su Reino.

Nos enseña a acercar nuestro corazón desde la oración, al mismo corazón de Dios, para escucharlo, para guardar su Palabra, para mendigarle tanta misericordia, que necesitamos.

Nos enseña a andar juntos, mirando a nuestro lado, sin acostumbrarnos a que algunos se queden en el camino, y allí,…, allí también, nos hagamos cargo, sabiendo que el Señor, el Pan de Vida, camina con nosotros, y quiere contar “conmigo”.

Así, Rosa muestra con su vida, mucho de este rostro de Iglesia que buscamos, y queremos para nuestra diócesis.

Iglesia hecha silencio para encontrase con Dios, el Tesoro verdadero.

Iglesia hecha madre, que acoja a todos, que se haga cargo de todos, con la ternura del corazón manso y humilde del Señor. Iglesia que se inquiete frente al hermano, para no ser indiferente, y que nadie quede excluido.

Iglesia hecha discípula misionera, que habiendo encontrado a Jesús, lo recibe en su interior, y lo da con alegría.

¿Me hago capaz de este silencio fecundo, que me permite escuchar los sueños de Dios, soñar sus sueños, para descubrir su voluntad en mi vida?.

¿Me hago madre, para derramar esa ternura de Dios en los demás?. Me hago capaz de compadecerme frente a ellos, a ejemplo del Señor, que “tuvo compasión”,…, “los miró y los amó”,…, “se estremeció frente al dolor y se acercó”?.

Nos preguntábamos con algunos sacerdotes hace unos días. ¿Conocemos nosotros y conocen nuestras comunidades verdaderamente los dolores de nuestro Pueblo?. Los dolores de los que están aquí, tan cerca, los dolores de nuestras familias, los de mi comunidad, los de mi ciudad, los de mi diócesis?. En definitiva, ¿conocemos los dolores de nuestros hermanos?. ¿Qué hacemos frente a ellos?. O tan solo nos dolemos, hasta que la anestesia de la indiferencia, nos hace quedar tranquilos?.

La preocupación de Santa Rosa fueron siempre los más débiles, los indígenas, los negros, los que aparecían como los más abandonados de su tiempo. ¿Quienes son los más débiles que se entretejen en nuestras vidas?.

Niños sin contención o sin familia, ancianos solos o tristes, jóvenes y mayores sin trabajo o sin posibilidades de estudio, a veces “consolados” por el alcohol que pierde o “escapados” con la droga que enajena, “comercio de algunos para mal de todos”. Tantos escondidos en el olvido, tantos enfermos inmersos en una soledad que no se acaba. Hombres sin esperanza porque perdieron el sentido de su vida. Hombres sin Dios. ¿Qué Dios les acercamos?.

En el retiro del clero hace pocas semanas, nos recordaba el predicador un ejercicio muy sencillo, pero muy sabio, que me parece bueno, en este día de familia compartir con ustedes. Nos hacía pensar con nuestro propio cuerpo, “preguntas sencillas” pero que quieren hacernos bajar a lo importante.

¿Dónde pongo mis ojos?. ¿Qué cosas leemos, en quienes nos fijamos, que miramos?.

Nuestros oídos, ¿qué voces escuchan, qué opiniones, qué juicios tienen más influencia en nosotros?, ¿desde qué experiencia nos hablan?.

Nuestros pies. ¿Qué lugares frecuentan, a quienes visitan, dónde se detienen, de dónde escapan?.

Nuestras manos. ¿Para quienes trabajan, a quienes sirven, a quienes acarician o levantan?.

Nuestra lengua. ¿De qué o de quienes habla?, ¿qué cosas dice?

Nuestros corazones. ¿Hacia quienes se inclinan, por quienes se conmueven, por qué cosas se apasionan?.

¿En qué ocupo mis tiempos y cuáles son mis preocupaciones?.

Tal vez podría pensar también, por qué cosas lloro, o por cuáles río. Y así tantas cosas por las que deberíamos caminar para pensar por dónde pasa mi vida.

“Señor. Hoy al darte gracias por la vida, te pedimos. Danos paz para descubrirte y compartirte. Danos serenidad frente a las dificultades, pero danos fortaleza y audacia para saber gastarnos. Que no nos quedemos en la mediocridad de los conformistas o en el beneplácito de los indiferentes.

Hoy queremos pedirle a Santa Rosa, nos alcance de tu corazón, un espíritu alegre y agradecido, porque es grande el don recibido, es enorme nuestro TESORO, porque sos Vos, el Señor de la Vida. Un espíritu inquieto y sabio, para acercarse a todos comprometiendo todo. Un espíritu humilde, para darnos cuenta cada día más, cuánto te necesitamos. Un espíritu conciliador para zanjar las diferencias. Un espíritu incansable, para trabajar por tu Reino.

Por eso Señor, como cada día, en esta familia diocesana, que en tu providencia pusiste al amparo de Santa Rosa, te pedimos:
“Danos sacerdotes según tu corazón misericordioso, consagrados que nos muestren la alegría de lo que es vivir el Evangelio, laicos comprometidos con las realidades de un mundo, que necesita hacerte presente en medio nuestro.”

Y a vos, Santa Rosa, danos valentía para seguir al Señor, y servir a nuestro Pueblo.

+ Raúl Martín